domingo, 22 de mayo de 2011

Carta al monseñor por Eugenio Severin ►

posteado por: Eugenio Severin

Estimado Monseñor Ezzatti:

Permítame comenzar agradeciéndole. Sus acciones en este tiempo duro desde que asumió como Arzobispo de Santiago me han parecido positivas y esperanzadoras, exceptuando la rápida defensa corporativa que hizo del Cardenal Errázuriz. Pero entiendo que tal vez tenía que hacerlo.

Estudié doce años en un colegio católico de la Congregación de los Sagrados Corazones, luego un año en la Universidad Católica de Valparaíso, cinco en la Pontificia Universidad Católica de Chile y mi Máster de dos años en la Universidad Jesuita Alberto Hurtado. Trabajé dos años en un centro de capacitación de obreros de los jesuitas y luego más de ocho años en el Arzobispado de Santiago. En resumen, casi 30 de mis 42 años los he vivido en directa relación con la Iglesia Católica. Me considero un hijo de la Iglesia, aunque a estas alturas, un hijo perplejo.

Déjeme contarle que cuando trabajaba en el Arzobispado, conocí a cientos de católicos santos. Gente buena y comprometida, dedicada en cuerpo y alma a servir a Dios. Especialmente, a honrarlo en el servicio de los más pobres, sus hijos predilectos. Conocí curas extraordinarios, monjas alegres, laicos y laicas jugadas por los valores del Evangelio, hasta el heroísmo.

Usted también los conoce y creerá, como yo en aquel tiempo, que eso es lo que ven también quienes miran la Iglesia desde fuera. Le tengo una mala noticia: no es así. Llevo casi 10 años en el mundo laico, y desde acá la Iglesia presenta una figura extraña, difusa, llena de matices y, la mayoría de las veces, aparece de espaldas a la historia y la vida real de quienes viven en el mundo contemporáneo.

Cada vez me resultan más extraños algunos de sus ritos, pero por sobre todo, cada vez entiendo menos su discurso, anclado en el pasado, inmóvil por el peso de sus tradiciones, atrapado en la comodidad de los sillones mullidos de los obispados.

No logro entender cómo la Iglesia del Dios de la compasión condena salvajemente a los homosexuales. Cómo es que la Iglesia del Dios de la libertad, bendice a dictadores y sus armamentos. Cómo fue que la Iglesia del Dios de la responsabilidad, se otorga el derecho de condenar a quienes se proponen desarrollar una paternidad responsable planificando cuántos hijos tener y cuándo. Desde cuándo la Iglesia del Dios que nos hizo iguales y semejantes a él, discrimina a las mujeres relegándolas a un rol secundario y perdiendo la riqueza de su aporte. Por qué es que la Iglesia del Dios de la vida, se niega a reconocer el uso de preservativos para mitigar la expansión del SIDA. Cómo es posible que la Iglesia del Dios de la justicia, prefiera sentarse en la mesa de los ricos y los poderosos, antes de seguir al lado de los pobres y los sencillos. Y más recientemente, cómo es que la Iglesia del Dios de la misericordia, prefirió hacer oídos sordos a las víctimas de abusos sexuales, para proteger a quienes en su seno traicionaron su confianza. Esto debiera ser motivo suficiente para abrir una seria reflexión al interior de la Iglesia, y con el apoyo de la ciencia, acerca del celibato y sobre todo, la absurda exclusividad del sacerdocio para hombres solteros.

Yo sé que muchos de estos temas son compartidos por muchos católicos. También entiendo que la mayoría de ellos reclaman cambios profundos en la Iglesia, que van mucho más allá del campo de acción que usted tiene como Arzobispo de Santiago. Pero piénselo, convérselo con otros obispos y sacerdotes, hombres y mujeres laicos. Cómo sabe si de a poco podemos abrir algunas ventanas de aire fresco en la Iglesia, que la sacudan de la modorra de esta larga siesta histórica.

Mientras tanto, quisiera sugerirle algo que sí está en su campo de acción y que, me parece, podría ser una acción clave para, al menos, recuperar algo de la confianza perdida y la esperanza.

Los abusos sexuales de sacerdotes y laicos en las instituciones de la Iglesia tienen una larga historia. Si alguna vez la cultura y la sociedad parecieron tolerarlo, ocultarlo y callarlo, ese tiempo ya pasó. El siglo XXI es el siglo de la transparencia. No hay ninguna posibilidad de curar esta herida de la Iglesia, sin un acto radical de sanación. La verdad nos hará libres.

Monseñor, mi sugerencia es que abra la Iglesia entera frente a este tema. Convoque a una Comisión de expertos, laicos y laicas, sacerdotes y monjas (por ejemplo, unos diez) que constituyan una Comisión de Transparencia y Reconciliación. Abra por seis meses las oficinas parroquiales para recibir todos los antecedentes posibles sobre abusos de miembros de la Iglesia, cree comisiones que investiguen cada denuncia, consideren las pruebas y los testimonios, y establezcan una convicción acerca de cada caso. Sancionemos a quienes hayan cometido cada uno de esos abusos y pidamos perdón profunda y sinceramente a cada víctima.

Pero sobre todo, tomemos medidas permanentes para prevenir y para que nunca más un abuso en la Iglesia quede en el silencio y la impunidad.

Yo sé que lo que le sugiero es sumamente difícil. Que es un riesgo enorme y puede producir grandes dolores. Pero sinceramente, creo que al final, tendremos una Iglesia mejor. Tal vez menos numerosa, pero más fiel al Evangelio.

Estimado Monseñor, en estos días no he dejado de pensar en la imagen de Jesús en el templo de Jerusalén, indignado con los mercaderes que habían pervertido con el comercio ese lugar santo. Esta es la santa rabia que hoy necesita nuestra Iglesia, la que nos haga reaccionar con la misma decisión de Jesús en esos días, frente a quienes han pervertido la Iglesia, como espacio de fe y de confianza.

Comparto con usted esta sugerencia con la mayor humildad. Deseo de todo corazón que el Espíritu Santo, dador de la Sabiduría, le acompañe de cerca en este momento crucial de la vida de la Iglesia en el mundo, y le ilumine.

Con afecto,

Eugenio Severin
 

Comentarios

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carta al monsenor.

tal vez sea ahora donde la implacable acción del tiempo surge incontestable , cuando una carta tan bien intencionada pudiera tener algún valor significativo para el liderazgo en el clero y la "perplejidad" de los laicos.

Para quienes pueden articular ideas del modo extraordinario que lo hace usted Eugenio, debería ser una ofensa compartir la atención con un millar de opiniones mas bien asociadas con la emoción que el raciocinio, o la de oportunistas en busca de algo mucho menos espiritual o jurídico.

Hoy estamos haciendo lo mismo que hicimos con la bendita aparición de la imprenta que nos llevo al imperio de la razón en el siglo de la luz, reaccionamos indignados y damos o recibimos simpatías de quienes involuntariamente nos distraen de la única forma que se deben enfrentar los grandes desafíos, perseverancia, ( follow up ), insistencia y concentración, las que por otro lado son herramientas esenciales para sostener cualquier otra cosa, y la iglesia lo sabe. no olvidemos que en una época de muchísimo menor acceso a redes sociales pero de grandes pensadores, la inquisición hizo la iglesia mas fuerte con pocas correcciones.

Convencido como soy de la necesidad de un líder de magnitud similar a los problemas para esperanza de solución, espero con sinceridad que usted escriba una carta para el monseñor que impida que este tema trascendental para todos quienes somos la iglesia, pase al olvido.

Con afecto.

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